Por Beatriz Toro
El banano en Colombia ha trascendido la Historia y la economía para instalarse en nuestro imaginario. Desde la literatura de García Márquez a las artes plásticas, los relatos de una época de lujo de la bonanza bananera, pero también aciagos episodios como la masacre de 1928, nos recuerdan que la próxima vez que comamos un banano tenemos mucho para pensar y digerir.
“Cuando Santa Marta habla, gringo empacar maletas”, rezaba el dicho popular en tiempos de la bonanza bananera. Es decir, cuando en Santa Marta se habla de algo, es porque ocurrió. Pero en el caso de la masacre de las bananeras hay muchas versiones que la cuestionan. ¿Por qué?
El banano sirve para contar esta historia desde muchos puntos de vista. Por eso, en el aniversario número 95 de la masacre de las bananeras, vale la pena reflexionar sobre la ubicuidad de esta fruta en el mundo y la huella que ha dejado entre nosotros. El banano, que se convirtió en la mayor fruta de exportación en el Caribe, no es originaria de América. Llegó a estas latitudes como solución económica para la alimentación de los esclavos, gracias a lo cual se crea su primera asociación simbólica con la población afrodescendiente.
El auge de la zona bananera comenzó bajo el liderazgo de la United Fruit Company –la ‘Yunai’– a principios de siglo XX. La presencia de esta empresa multinacional en varios países tuvo efectos políticos, sociales y ambientales que marcarían nuestra identidad para siempre. Su relevante eco repercutiría en Estados Unidos, la ‘metrópoli’ hacia donde fluía la riqueza y también los emigrantes latinos que comenzaron a ser llamados peyorativamente ‘plátanos’.
Herencias de la ‘Yunai’.
A principios del siglo XX la United Fruit Company era la mayor fuente de empleo en el Caribe colombiano. El tren que construyeron para exportar el banano fue símbolo de desarrollo. Recorría toda la Zona Bananera llevando tanto banano como pasajeros hasta Santa Marta. La infraestructura que la United desarrolló transformó el paisaje y las aspiraciones de quienes vivieron del banano. El auge de esta fruta provocó una migración de más de 150.000 trabajadores y obreros desde el interior del país, así como de ingenieros y técnicos de alto nivel provenientes de Estados Unidos, Alemania, Francia, Panamá y México. Juntos construyeron más de 5.600 kilómetros de cables telegráficos y telefónicos y 24 estaciones de radio en la zona. “Santa Marta, Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía, si no fuera por la Zona, caramba, Santa Marta moriría”… la conocida canción resume la época de la bonanza bananera.
La ilusión de desarrollo que trajo toda esta infraestructura benefició a unos, pero trajo consigo el signo de la desigualdad. Contrasta la inmensa riqueza que generaba este producto en otras latitudes, adonde llegaba por medio de la famosa “Gran Flota Blanca” de 90 vapores. Las familias terratenientes de Santa Marta que vendían su producción de banano a la ‘Yunai’, vivían del Banana Check y recibían grandes sumas de dinero que les permitía vivir todo el año en Europa y Estados Unidos, llevando una vida de lujos.
‘El hombre plátano’, imagen de 1949 del fotógrafo cataqueño Leo Matiz. Foto: Fundación Leo Matiz.
Los funcionarios de la empresa, que después de 1947 se llamó Compañía Frutera de Sevilla –subsidiaria de la United Fruit Company–, tenían acceso a hospitales de primer nivel, zonas de deporte y colegios en los que la primera lengua era el inglés, en urbanizaciones cerradas como el conocido Prado en Sevilla y Santa Marta. Club social, cine, caballerizas, canchas de tennis y piscina, eran solo algunas de las amenidades del American Way of Life en el trópico. Helenita Bernal, quien vivió en Sevilla desde sus 25 años, rememora: “Sevilla tenía más vida social que Santa Marta, traían orquestas de todas partes del Caribe para las fiestas. En el comisariato se conseguían muchas cosas importadas: cortes de tela, sábanas, enlatados, hasta los chicles eran gringos. A cada familia le daban un cartón como parte de pago para reclamar víveres allí y había algunos que los vendían para poder gastarse el dinero en licor y otras cosas. Recuerdo que para las navidades traían en sus barcos árboles de pino natural y pavos”.
Quienes nos comparten sus recuerdos, traen a colación el mismo mito que circula en el imaginario colectivo: durante la época dorada del banano en Ciénaga, en medio de las rondas de cumbia, se quemaban dólares en vez de espermas.
En contraste con lo anterior, la ‘Yunai’ no contrataba directamente a los empleados rasos. Ellos estaban vinculados a través de los ‘ajusteros’, una especie de tercerización del empleo. En ese entonces la situación era paradójica: la United Fruit Company producía millones de bananos pero sostenían que no tenían trabajadores (…) Desde 1915 el gobierno comenzó a regular las condiciones de los trabajadores, pero la empresa se rehúsa a extender los beneficios a los trabajadores en las plantaciones con el argumento de que no eran empleados suyos. La tensión estalló. La masacre fue considerada un episodio de represión del Estado en contra los trabajadores rasos que en el momento fueron tildados desde los principales periódicos como “bolcheviques” y “comunistas”.*
Según Hernando Valencia, su padre Guillermo, empleado de la United, fue testigo de ese momento histórico. Se vinculó a la compañía desde muy joven atraído por las nuevas tecnologías que introdujeron. Lo capacitaron en Estados Unidos y ascendió a un cargo directivo como experto en manejo de los canales de riego. Durante las revueltas previas a la masacre, Don Guillermo estuvo atrincherado con funcionarios gringos y logró escapar a caballo para buscar a su familia. En su testimonio comentó que entre los huelguistas había personas de otras partes que no eran empleados locales. En el camino fue reconocido por trabajadores quienes le propusieron un acuerdo: “Si vienen los huelguistas, nosotros lo protegemos”, le dijeron los obreros. “Si viene el ejército, usted nos protege a nosotros”.
La historia de la masacre aún tiene muchas versiones y a la fecha no hay consenso alguno. Tanto así, que llama la atención que en los documentos de la Comisión de la Verdad fue necesario incluir una carta de la United Fruit Company donde se informa acerca de la cantidad de muertos que dejó la matanza.
En la Zona perduran palabras de uso diario derivadas del inglés. Por ejemplo, se dice que el nombre del pueblo Guacamayal proviene de la pronunciación lugareña de “Walk a Mile”, que era el letrero que encontraban al llegar a la Estación Sevilla y les indicaba la distancia los campamentos. “Se cayó en Jolon”, es otra palabra que viene de “Hold On”; y el “tanquiper” (Tank Keeper), nombre que se le daba al capataz de riego.
La reelaboración de la imagen del banano en Colombia ha tenido un amplio eco en las artes plásticas nacionales. Carboncillo de la colección de obras ‘Tropismos’, del artista Gonzalo Fuenmayor. Foto: revista Cambio.
Recreación de la masacre de las bananeras, ocurrida el 6 de diciembre de 1928, realizada con Inteligencia Artificial. Foto: Adriano Guerra. Ig: adrianoguerr
Durante la época dorada del banano en Ciénaga, en medio de las rondas de cumbia, se quemaban dólares en vez de espermas.
Arte, identidad y Banana Republic
El término Banana Republic fue creado por un escritor norteamericano, O. Henry, quien en su novela de 1904, Cabbages and Kings, narra historias que tienen lugar en un país ficticio centroamericano y se refiere al lugar como el “small maritime banana republic”. Más adelante se comienza a conocer acerca de los abusos, la influencia política y capacidad de corrupción de la United Fruit Company en asocio con la CIA para mantener sus condiciones favorables en estos países en donde todo se podía. Así se consolida el concepto Banana Republic.
Juanita Solano, una de las creadoras del proyecto Banana Craze, explica cómo en un inicio el banano fue un símbolo positivo de lo tropical. En los años sesenta surge la reflexión sobre los efectos de los enclaves bananeros en Latinoamérica y los artistas revisan críticamente este símbolo y lo plantean cargado de violencia y explotación. Carmen Miranda, imagen de lo tropical, ya no se ve tan inocente. En el arte y la iconografía se puede analizar mejor este giro en la identidad latinoamericana del siglo XX.
En Colombia la masacre de las bananeras fue un episodio que al haber sido narrado por Gabriel García Márquez se convirtió en uno de los hitos de nuestro imaginario nacional y por esto muchos artistas regresan a él. José Alejandro Restrepo, Elkin Calderón, Alberto Baraya y Gonzalo Fuenmayor reflexionan sobre el conflicto de la identidad latina y presentan sus denuncias sobre los abusos de la explotación y los grandes contrastes entre la pobreza y opulencia que se produjeron alrededor de esta preciada fruta.
Desde el arte se plantea que la Banana Republic ya no solo queda en el Sur. El artista uruguayo Luis Camnitzer lo expresa en su obra “Banana Flag” cuando Trump es elegido presidente, cambiando las estrellas de su bandera por una banana. Es así como Estados Unidos se convierte en una verdadera República Bananera.
Referencias
*LeGrand, C. (1989). El conflicto de las bananeras. Nueva historia de Colombia, 3, 183-218.
Gracias a:
Juanita Solano del proyecto Banana Craze https://bananacraze.uniandes.edu.co/
Con testimonios de Ceci Abello, Alfredo y Enrique Stargardter, Helenita Bernal y Hernando Valencia.