En una vista estereoscópica de 1876 aparece una planta de banano como protagonista en medio de un recinto cerrado a la usanza de los jardines botánicos y las exposiciones universales del siglo XIX.1 Emplazada entre unos paneles de madera que la sostienen la planta resalta por el tamaño de sus hojas y el primer plano que ocupa en la imagen. La curiosa fotografía, al ser vista mediante un estereoscopio, producía el efecto de visión tridimensional y aislaba al espectador de su realidad circundante para adentrarle en una especie de realidad virtual decimonónica que creaba la ilusión de estar en el espacio de exhibición. La imagen además anticipaba la importancia que una fruta aparentemente inofensiva iba a tener en las relaciones políticas, sociales y económicas entre el norte y el sur de las Américas.
El público masivo estadounidense tuvo su primer encuentro con el banano en la United States Centennial Exhibition en la ciudad de Filadelfia, el primer evento de este tipo llevado a cabo en Estados Unidos y que buscaba celebrar los cien años de su independencia de Inglaterra. La muestra estaba compuesta por diferentes pabellones que exhibían los grandes avances tecnológicos del momento y curiosidades de todo tipo. Por ejemplo, en la exhibición se llevaron a cabo las primeras demostraciones públicas de una máquina de escribir y del teléfono de Alexander Bell. Dentro de los objetos expuestos se encontraba el brazo derecho con la llama de la Estatua de la Libertad, que aún no se había emplazado en su icónico lugar. Sin embargo, la planta de banano que aparece en la fotografía descrita anteriormente se llevó la atención del público. Expuesta en el Pabellón de la Horticultura junto a árboles de naranja, palmas de dátiles, árboles de higos, orquídeas y piñas, entre otros, la exótica planta tuvo que ser resguardada por un agente de seguridad del evento para que evitar que los curiosos espectadores la destruyeran.2 Los visitantes a la muestra podían comprar por diez centavos su primer banano, envuelto en papel de aluminio, para llevárselo a la casa.
Esta fotografía da cuenta de lo desconocida que era la fruta por fuera de sus espacios de producción hasta finales del siglo XIX, en dramático contraste con la situación actual: hoy en día el banano no es solamente una fruta muy común, sino que también ocupa un lugar destacado en la cultura popular global. Así lo demuestran, por ejemplo, desde el banano adherido a la pared con cinta pegante que Maurizio Cattelan vendió por 120 000 dólares en Art Basel Miami en 2019 hasta el popular jingle comercial de Chiquita Banana. Pero ¿cómo ha llegado esta fruta a convertirse en ícono de la violencia, fetiche sexual y símbolo de lo éxotico y lo “subdesarrollado”? Este proyecto de investigación, titulado La fiebre del banano (Banana Craze), busca indagar sobre las políticas sociales, económicas y culturales que el cultivo masivo del banano generó en el continente americano, particularmente en América Latina y el Caribe, a través del arte contemporáneo. Las casi 100 obras que forman parte de este proyecto desenmascaran y examinan las relaciones de poder y tensiones establecidas entre el norte y el sur del continente, a partir de los diferentes roles que jugaron los cultivadores, exportadores y consumidores. Más que una exhibición virtual, este es un espacio de investigación activo, creciente y en constante desarrollo.
Hoy en día el banano es la fruta más consumida en el mundo, con una producción estimada de 116 millones de toneladas al año. Si bien el mayor consumo de la fruta se da a nivel local, pues forma parte de la dieta básica de los diferentes países que lo producen, su exportación también es masiva y genera alrededor de 12 billones de dólares al año.3 América Latina y el Caribe son la segunda región productora de bananos del mundo, después de Asia, pero la región aporta alrededor del 75% de las exportaciones mundiales (la producción de bananos de Ecuador, por ejemplo, representa el 30% de la oferta mundial).4 El banano es la fruta más cultivada en el subcontinente americano, seguida por la piña, el mango, el aguacate y la papaya. Un 80% de las exportaciones están dirigidas hacia los países desarrollados, principalmente en Europa y Estados Unidos, lo que ilustra la desigual relación de dependencia que examinan numerosas de las obras incluidas en este proyecto.5
El banano no es una planta nativa de las Américas. De hecho, no hay evidencia de que se cultivara en el continente antes de los viajes de Cristóbal Colón. Los primeros vestigios de la existencia de esta planta se remontan al año 1000 a. C. en el sureste asiático. Se estima que los árabes llevaron la fruta al Medio Oriente y África en el siglo 7 d. C. y que no fue sino hasta 1482, cuando los portugueses encontraron plantaciones en países como Gambia, Sierra Leona y Liberia, que estos últimos llevaron la fruta a las islas Canarias. De allí, misioneros como el fraile Tomás de Berlanga lo llevaron hasta Española a principios del siglo XVI. La fruta se empezó entonces a cultivar en el Caribe como una manera eficiente y económica de alimentar a la creciente población esclava africana. Cuando Berlanga fue nombrado obispo de Panamá la llevó consigo. Así se empezó a cultivar en el continente y su expansión se dio rápidamente, tanto que hoy en día se piensa que es una planta nativa.6 Las obras incluidas en este proyecto reflexionan en muchos casos sobre el valor identitario del banano en América Latina, dando cuenta de lo enraizada que está esta fruta en las culturas locales a pesar de no ser una planta endémica.
Desde que comenzó a comercializarse a gran escala a finales del siglo XIX el banano ocupa un lugar prominente en la cultura visual global. Aunque su popularización en el imaginario colectivo se consolidó en Estados Unidos a finales del siglo XIX, los bananos han sido representados en la cultura visual latinoamericana desde cuando empezaron los cultivos.7 Las primeras representaciones artísticas del banano aparecen en el tiempo de las colonias. El holandés Albert Eckhout pintó una India tupí en 1641 como parte de su serie de retratos etnográficos y bodegones brasileños.8 En esta obra, que funciona casi como una ilustración enciclopédica por la cantidad de información que presenta sobre el contexto etnográfico y paisajístico, una mujer tupí sostiene a su bebé en brazos bajo una planta de banano y detrás suyo se aprecia una hacienda bananera con varios trabajadores. Las pinturas de casta, como De español y mestiza, castiza, de Miguel Cabrera, de 1763, instruían a un espectador probablemente extranjero sobre la diversidad sociocultural de las Américas a través de representaciones visuales de las uniones étnicas. En estas imágenes la clasificación de afán ilustrado de las distintas razas se complementaba con muestras de la variedad botánica. En este caso, una pareja acaudalada se encuentra frente a un establecimiento de calzado mientras su hija se come un banano.
Desde el inicio de los Estados nación los países latinoamericanos han visto en el banano un signo de su identidad cultural. En las pinturas del puertorriqueño Francisco Oller el banano adquiere el estatus de un orgulloso símbolo nacional en un estilo que dialoga con el del Impresionismo francés a la par que pone en valor los rasgos característicos de la isla pocos años antes de su independencia de España.9 En las vanguardias de comienzos del siglo XX el banano aparece en la obra de numerosos artistas. En el caso de los años veinte en Brasil, Tarsila do Amaral, Anita Malfatti y Lasar Segall a menudo incluyen hojas de banano en el fondo de sus composiciones para aludir a la cultura resultante de la influencia afrodescendiente en Brasil.10 Un par de décadas después, en los bodegones cubistas de Amelia Peláez, el banano, junto a la piña, el tamarindo y la guayaba, entre otras frutas locales, representa la cubanidad moderna tanto como los característicos interiores domésticos habaneros con vidrieras de colores y hierro forjado.
Desde mediados del siglo XX numerosos artistas de Latinoamérica y del Caribe han reflexionado sobre la ubicuidad del banano en la dieta global e investigado la historia de explotación sufrida por sus naciones como consecuencia de la internacionalización del mercado bananero desde fines del siglo XIX y hasta el presente. Las bananeras son, por tanto, un lugar desde donde es posible reflexionar acerca de la realidad sociopolítica de Latinoamérica, y es por ello que la representación del banano en las artes visuales latinoamericanas aúna prácticas tan diversas entre sí.11 A pesar de las diferencias existentes entre los contextos y momentos a los que se refieren las obras en este proyecto, estas también evidencian el legado común que comparten sus artistas. Efectivamente, desde la relación del banano con el cambio climático, pasando por el impacto del comercio de bananos por parte de compañías extranjeras en la desigualdad social de las comunidades agricultoras, hasta la similitud entre el viaje que realizan muchos migrantes latinoamericanos a países del llamado primer mundo y el transporte de bananos desde los países donde se cultivan hasta los lugares donde se los consume, la comercialización del banano a gran escala toca ejes fundamentales del desarrollo de sus países productores desde comienzos del siglo XX.
La fiebre del banano (Banana Craze) es el primer gran estudio de cómo un recurso natural como el banano ha forjado el pasado y el presente de un continente y cómo este fenómeno se expresa a través de la cultura. La fiebre del banano (Banana Craze) reúne 100 obras de arte contemporáneo latinoamericano en las que el banano es el protagonista. Partiendo de la fotografía del cubano Raúl Corrales titulada Caballería, de 1960, en la que un grupo de hombres cabalga victorioso celebrando la expropiación de las plantaciones de la United Fruit Company por parte del gobierno revolucionario, la investigación de La fiebre del banano (Banana Craze) llega hasta el presente y continúa en constante desarrollo.12 El estudio de estas obras permite comprender desde una perspectiva artística, cultural y filosófica cómo el cultivo masivo del banano contribuyó al aumento de las desigualdades sociales en América Latina, alteró las formas de vida tradicionales locales y transformó el paisaje y el medioambiente de la región, además de contribuir a la configuración de estereotipos xenófobos, racistas y sexistas sobre sus habitantes.
Como base de datos, La fiebre del banano (Banana Craze) está articulada a través de parámetros de búsqueda alfabéticos, cronológicos, geográficos y temáticos que permiten establecer relaciones entre las obras, los artistas y sus contextos. Como exposición, La fiebre del banano (Banana Craze) cuenta con tres secciones: identidades, ecosistemas y violencias. En la sección sobre identidades las obras aluden a los estereotipos que se forjan desde los lugares de poder y a la generación de nuevas culturas, como la latinx, a raíz de las migraciones. En el apartado de ecosistemas los trabajos se refieren a cómo la sobreexplotación agrícola de los territorios ha condicionado la experiencia y la subjetividad de sus habitantes. En la rama de violencias el corpus versa sobre la represión política, la violación de derechos y la explotación de los trabajadores. El carácter digital de este proyecto posibilita la agrupación de las obras bajo varias categorías, tanto por tema como por fecha de realización o lugar de ejecución, y facilita una red de lecturas amplia y profunda.
La fiebre del banano (Banana Craze) ofrece una visión panorámica de la presencia del banano en el arte contemporáneo que considera varias décadas y numerosos países además de las prácticas artísticas de la diáspora. Además de una exposición en línea, el proyecto de investigación La fiebre del banano (Banana Craze) también incluye publicaciones, conversatorios, una bibliografía y fuentes documentales, música y películas.13 El objetivo de La fiebre del banano (Banana Craze) es preservar la memoria del banano en Latinoamérica, difundir su legado cultural y construir un discurso en torno a las prácticas artísticas contemporáneas comprometidas con esta realidad.