Luisa Espino
De Fernando Bryce a Luis Camnitzer o Alberto Baraya, una exposición recorre la historia de Latinoamérica utilizando el plátano, y su explotación, como hilo conductor
Hace tiempo que nuestra alimentación dejó de ser una hábito inofensivo. Comemos melón o tomates en invierno y consumimos a diario frutas que se cultivan a miles de kilómetros de nuestras casas. La agricultura industrial consume mucha energía, deforesta, y las grandes empresas multinacionales están acabando con el campesinado tradicional. Esta historia es larga y tiene ramificaciones infinitas. Si hace poco hablábamos de la exposición de De la huerta a la mesa, en CentroCentro, y de cómo nuestra alimentación ha afectado al diseño de las ciudades, recorremos ahora una completa exposición digital, Banana Craze (La fiebre del banano), que a través de su archivo pone el foco en las consecuencias del cultivo del plátano, su repercusión en el paisaje y en la historia.
«El comercio de esta fruta —cuenta Juanita Solano, comisaria del proyecto junto a Blanca Serrano Ortiz de Solórzano— explica de una manera muy directa las relaciones entre el Sur y el Norte y la historia de Latinoamérica. Hace un siglo el plátano no se conocía y ahora se consume en todo el mundo. El 70 % viene de Latinoamericana, el 30 % de Ecuador. Es, además, un motivo recurrente en el arte latinoamericano. ¿Qué impacto ha tenido esta actividad en los países productores?».
«El comercio del plátano explica de una manera muy directa las relaciones entre el Sur y el Norte”. Juanita Solano
De eso habla Banana Craze, un archivo exhaustivo que investiga y recopila obras de arte que agrupa en tres ejes temáticos: violencia, ecosistemas e identidades. No son cajones estanco, sino que se contaminan entre sí. «Tiene muchos ángulos —añade Serrano— nos interesaba el arte contemporáneo como una manera de entender la historia, en un momento en el que los públicos están más familiarizados con el cine y la literatura. Es, además, un tema común a toda América Latina, incluso a los lugares donde no hay plantaciones como Argentina o Chile”.
Imagínense, por ejemplo, atravesando una sala llena de racimos de plátano colgando. Con el paso de los días, muchos se van descomponiendo. De algunos de ellos pende un monitor que proyecta sobre espejos dispuestos en el suelo diversas imágenes. Tiene algo de inmersivo, de sentirse en plena plantación, pero también de violencia, pues todas esas plataneras tienen algo de cadáveres abandonados que nos hacen pensar en los años 80 y 90 en Colombia. Seguro además que los olores hacen que la experiencia sea más intensa. Esta es una de las obras incluidas en el archivo, Musa Paradisiaca (1996) dentro del apartado «Violencias», una instalación de Jose Alejandro Restrepo.
Le acompañan otras piezas como la de Alberto Baraya, al que vemos con frecuencia en Madrid en exposiciones en su galería Fernando Pradilla, aquí con su serie de fotografías, Antropometrías aproximadas (2014), en las que invita a trabajadores afrodescendientes de bananeras colombianas a que midan su rostro con instrumentos del siglo XIX, subrayando estas prácticas racistas e invirtiendo los roles, al ser él, blanco, el cuerpo mesurable.
“Nos interesa el arte contemporáneo como herramienta para entender la historia». Blanca Serrano
El monocultivo del plátano ha dejado también su huella medioambiental. En el uso excesivo de agua y los pesticidas, que en lugares como Nicaragua han provocado problemas respiratorios. La artista cubana Claudia Claremi, hace un retrato coral en La memoria de las frutas (2015-2016) de una comunidad de vecinos en Puerto Rico a los que pregunta por todas esas frutas que han desparecido de nuestro paisaje víctimas de los monocultivos o de enfermedades. «El plátano, sin ir más lejos sufrió una pandemia a principio del siglo pasado, la enfermedad de Panamá, y hubo que cambiar el que se cultivaba», apunta Solano.
Y hay también guiños al ecosistema del mundo del arte, en las piezas siempre agudas del cubano Wilfredo Prieto que aborda aquí el funcionamiento de los museos. Pasamos así de la naturaleza al propio ecosistema del arte, parodiado con una cáscara de plátano encima de una resbaladiza pastilla de jabón. Y en Apuntes conceptuales sobre el extractivismo bananero en Barú (2021), Milko Delgado habla a través de varios vídeos en los que camina, asfixiado, con una bolsa en la cabeza similar a las que cubren las frutas, de explotación colonial y del pasado bananero de su Panamá natal.
La última de las secciones, «Identidades», incide simbólicamente en la metáfora de Latinoamérica como república bananera y en cómo se llega a asociar una nacionalidad con una marca de plátanos, de Victoria Cabezas a Héctor Zamora, Gabriel Orozco o Jonathas de Andrade. Recorre así este archivo la obra de cerca de 100 artistas latinoamericanos. Y seguirá creciendo con nuevos nombres y charlas. No es una exposición digital al uso, sino un amplio océano de nombres y obras que dan para varios nados. Visiten la web de distintas maneras, hay también una línea del tiempo y mapas incluidos.
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