Por Brian Lara
La exposición virtual La fiebre del banano o Banana Craze presenta 100 obras cuyo tema central es esa fruta cuya fiebre afectó la realidad política, social y cultural de los países latinoamericanos desde comienzos del siglo XX.
No hay muchas frutas capaces de tumbar gobiernos y que además carguen con un historial sociocultural que incluya el racismo, la explotación, la expropiación y la exotización. En nuestro repertorio continental tenemos una: el banano.
En el 2019, las historiadoras de arte Juanita Solano y Blanca Serrano llevaron a cabo un ejercicio expositivo en el último mercado del siglo XIX que quedaba en Nueva York. Expusieron tres obras relacionadas con comida: una sobre la migración de las frutas de sur a norte con stickers tipo “Naranja de la Florida”, otra sobre el mango como herramienta política y una tercera sobre la desaparición de frutas locales en Puerto Rico como consecuencia del monocultivo del banano. Al hacer el balance final, notaron que el ejercicio podría funcionar solamente con el banano por la presencia expansiva que ha tenido en Latinoamérica desde que arrancó el siglo XX. Comenzaron a llenar un Excel con toda obra de arte relacionada con el banano que se les fuera ocurriendo hasta que llegaron a un número cercano a 100.
Precisamente, ese es el número de obras presentadas en la exposición virtual que idearon como respuesta a las preguntas sobre el espacio físico y la presencialidad que la pandemia provocó en tantas disciplinas. La fiebre del banano o Banana Craze es un espacio de reflexión sobre cómo el arte visual responde a dinámicas históricas, políticas, económicas, sociales, ambientales y culturales que afectan la vida cotidiana de un montón de personas en diversas partes del mundo. El banano es la excusa para ello.
Micro-contexto con pulpos y derrocamientos
Para mediados del siglo XX la United Fruit Company era una multinacional dedicada al cultivo y distribución del banano, pero también a la expropiación de tierras, al asesinato de sindicalistas y al ejercicio del control sobre buena parte de este continente. La cantidad de banano que movió durante la primera mitad del siglo pasado la llevó a tener brazos en la mayoría de plantaciones de Latinoamérica. Colombia, Ecuador, Costa Rica, Jamaica, Panamá, República Dominicana, Cuba y Guatemala soportaron la exotización y el cosquilleo que la compañía realizó en sus territorios para aumentar sus ventas en el norte global, principalmente en los Estados Unidos.
Fue así que, con tantos brazos extendidos como tentáculos en países de la región, comenzó a tener injerencia política en los asuntos internos de cada país. Era todopoderosa. La masacre de las bananeras es un recuerdo de ello. De ahí nace el término “República Bananera” para designar a tantos países con una autonomía coartada por este tipo de poderes económicos y políticos. Para completar, con la fuerza que tomaron las ideas sindicales y comunistas en el mundo durante la Guerra Fría, el gobierno gringo vio en compañías como esta la excusa y algunas veces el medio para implementar sus políticas intervencionistas que terminaron de ensombrecer el panorama. Los gringos pelaron la banana y dejaron la cascara en el suelo para que el resto tropezaran, según aquel chiste cliché de las caricaturas. Uno de los que cayó más fuerte fue Guatemala.
En 1954, el entonces director de la CIA, Allen Dulles, convenció al Congreso de los Estados Unidos de aprobar una intervención militar en Guatemala para derrocar al presidente Jacobo Arbenz, bajo sospecha de comunismo por querer llevar a cabo una reforma agraria para redistribuir la tierra. La United Fruit Company poseía el 50% de los terrenos cultivables del país y solo sembraba el 3%. Arbenz quiso cortar uno de los tentáculos del pulpo y se encontró con el pulpo de frente. El banano fue el detonante de una guerra civil que dejaría 250.000 muertos.
Micro-reseña con revolucionarios y hoteles de lujo
La pulpa del banano es una maraña de fibras políticas, económicas, sociales, ambientales y culturales que el arte se ha empecinado en machacar desde el arranque de la segunda mitad del siglo. La apuesta de Banana Craze es recoger esas aproximaciones. Según el texto de apertura, “La fiebre del banano (Banana Craze) es el primer gran estudio de cómo un recurso natural como el banano ha forjado el pasado y el presente de un continente y cómo este fenómeno se expresa a través de la cultura”. Hay obras que abarcan el periodo comprendido entre 1960 y 2022 en un territorio que va desde las comunidades latinas en Estados Unidos hasta Chile y Argentina en el Sur.
La obra que abre la exposición es una fotografía de Raúl Corrales que captura el momento de la cabalgata victoriosa de un grupo de revolucionarios cubanos luego de expropiar las plantaciones de la United Fruit Company en nombre del Gobierno Revolucionario. Esa imagen funciona como punto de quiebre respecto a cómo se pensaba el banano antes y después en la región. Para entonces, la tensión política consecuencia de la Guerra Fría y del triunfo de la Revolución Cubana, y un ambiente cultural y artístico impregnado por ciertos conceptualismos, les permite a los artistas de la región entender la obra de arte como algo distinto a un ejercicio formal.
Juanita Solano explica que, al revisar las obras de la primera mitad del siglo XX, es decir, las de las vanguardias artísticas latinoamericanas, es clara cierta relación positiva con el banano al entenderlo como un signo de identidad cultural, desde Brasil hacia arriba. “En cambio, a partir de la década del sesenta, hay una reflexión crítica encaminada a mirar el pasado y reconocer que el banano se asocia con estados de violencia, con identificaciones despectivas en cuanto a raza, género, etcétera”.
Aún así, las connotaciones que tiene el banano en cada región y las preocupaciones que tiene cada artista varían notablemente. Por ejemplo, señala Solano, “en el Caribe diaspórico la palabra plátano se asocia con un término despectivo racial, como una forma de crear diferencia. A muchos migrantes de Puerto Rico y República Dominicana les decían “plátano” cuando llegaban a Estados Unidos como una manera despectiva de referirse a ellos. Eso es algo con lo que en Colombia no lo asociamos; para nosotros el plátano es un alimento que se come frito”.
El asunto es que las casi cien obras presentadas en la exposición virtual abarcan una amplísima gama de herramientas visuales: fotografía, video, pintura, instalación, performance. Y cada artista se vale de medios drástica o ligeramente particulares para reflexionar sobre la fruta a partir de tres ejes o salas: Violencias, Identidades y Ecosistemas. La ventaja de que la exposición sea virtual es que hay obras que pueden clasificar en más de una sala. En palabras de Blanca Serrano, para una nota en El País de España: “El banano es un leitmotiv que se repetía en el arte contemporáneo y con el que se podían contar todos los problemas de la región”.
Pienso en el hotel de lujo que Da Silva Brokers (una inmobiliaria ficticia fundada por Antonio Da Silva, Anton Steenbock y otros) publicitó en el 2014 en Río de Janeiro. La propuesta de la “inmobiliaria” fue construir un hotel con forma de banano a medio pelar y saliendo del mar en la bahía de Guanabara para que fuera inaugurado simultáneamente con los Juegos Olímpicos de Río en 2016. “Al tratarse de una fruta tropical y de fuertes connotaciones sexuales, el diseño arquitectónico en forma de banano resumía los estereotipos acerca de Brasil como destino turístico”, señala el texto que acompaña la obra en la exposición. Y agrega que Hotel Tropical puso en juego los problemas sociales que aquejaban a los locales a raíz de las dinámicas impulsadas por la Copa Mundial de Fútbol masculino del 2014 y luego los Juegos Olímpicos: “la desigualdad de oportunidades, la falta de servicios públicos, el racismo y la violencia en Brasil, cuando al mismo tiempo el país fomentaba el turismo y la hostelería de alta gama de cara a las Olimpiadas”. La inmobiliaria promocionó con bombo y platillo el proyecto e incluso realizó una falsa ceremonia de colocación de la primera piedra, desencadenando discusiones sobre el proyecto y manifestaciones en su contra.
Micro-exhibición con toneladas de banano y partidos políticos bananeros
En los próximos meses, a la exposición presente se le sumarán alrededor de 70 nuevas obras que Solano y Serrano han ido descubriendo por su cuenta y por recomendaciones diversas a lo largo del último par de años. Después de esto, les gustaría publicar un libro en el que reflexionen sobre el banano en el arte desde la Colonia hasta nuestros días; trabajo que además serviría como una forma de archivar un trabajo que en lo virtual podría perderse en las nubes. Y, finalmente, les gustaría lograr encontrar un espacio en el cual exponer en físico las más de cien obras.
Es de esperar que en ese espacio futuro se encuentre, por ejemplo, la obra del 89-90 de la colombiana Doris Salcedo en la que toma unas estructuras metálicas utilizadas como soporte para cunas y catres de hospitales y “las envuelve con fibras naturales dando la apariencia de que contienen algunos objetos adentro y de que se ha reparado algo que está averiado”. Y que además van acompañadas por un conjunto de camisas almidonadas dobladas y atravesadas por varillas también metálicas, todo como respuesta a las masacres de las fincas bananeras Honduras y La Negra en Colombia.
O la acción del 2009 del mexicano Héctor Zamora en dos edificios del centro de Bogotá en los cuales abarrotó con 14.000 kilos de racimos de banano un piso de cada edificio, para luego esperar a la maduración y posterior descomposición de las frutas frente a la vista de los transeúntes.
O la obra del 2018-2020 del uruguayo Luis Camitzer en la cual promovió una campaña pública a través de change.org para que el Partido Republicano de los Estados Unidos cambiara su nombre a Banana Republican Party justo después de la elección de Donald Trump. Partido que él mismo crearía después y del cual es fundador, presidente y único miembro.
O la obra del 2019 de la dominican american Lucía Hierro en la que realiza una serie de esculturas que consisten en bolsas de plástico transparentes tras las cuales destacan productos de las tiendas de barrio neoyorquinas como empanadas, café, legumbres y frutas en camino a la descomposición.
¿Cómo se vería tanto banano junto en un espacio soñado como ese? Toneladas de frutas amarillas estarían suspendidas en las paredes y otras tantas colgarían desde el techo. A izquierda y derecha habría plátanos madurándose en sus marcos, tal vez atrayendo las moscas diminutas que nos recuerdan que oculto tras un racimo siempre hay algo que puede estar pudriéndose.